Ricardo Ragendorfer
Periodista de investigación, autor de La Bonaerense y otras publicaciones. Colabora con distintos medios y actualmente es editor de policiales en el dominical Miradas al Sur. En presentará su libro “Los varones de la efedrina”
¿Qué pensás de este crimen?
Para mí es un misterio perpetuo. Un caso que no creo que se resuelva y que tiene algunas particularidades, es por eso que estuvo en las tapas de los diarios durante tantos meses.
Es un hecho inédito que desaparezcan tres personas, al menos en esta época. Cuando esto sucede y días después se encuentran sus cadáveres, significa el final del caso, el final de la historia. Acá, en cambio, la desaparición de esta gente prácticamente no había trascendido hasta horas antes de que aparezcan los cuerpos; y esa aparición, lejos de significar el final de la historia, fue el comienzo de la misma. A resumidas cuentas fue por esa razón que mucho tiempo formó parte de la agenda periodística y se renovaba todo el tiempo con personajes, circunstancias, cosas que parecían espectaculares, un desfile de personajes, etc.
De algún modo, tanto los investigadores como los jueces que intervinieron, los abogados y los periodistas cifran toda la expectativa que explica esta profusión mediática en el esclarecimiento de la causa. Cada vez que se encuentra o se pierde algún testimonio o algún sospechoso, se avanza o se retrocede en un camino hacia la verdad.
Lejos del esclarecimiento, lo que perdura es, en realidad, una historia de la Argentina, más allá de que encuentre, o no, al culpable.
¿Cómo te parece que cubrieron los medios todo el caso?
Como podían y cada uno de acuerdo a sus características. Si agarrás un archivo y leés las primeras notas sobre el tema te vas a encontrar con cada disparate o inexactitud. Fueron escritas sin que al que la escribió se le moviera un músculo del rostro. El negocio de las notas periodísticas tiene dos contextos: por un lado hay determinados temas que un medio descubre e instala en la opinión pública, por ejemplo, las coimas en el senado, una primicia y una investigación de una periodista de TXT. Contrariamente, cuando aparecen tres cadáveres así, cuyo hallazgo se transmite en vivo y en directo, todos los medios comienzan a disputarse primicias sobre un tablero que está socializado.
A partir de eso, cada medio, para diferenciarse del otro, entra en una desaforada y loca carrera para superar al de al lado. Entonces, mientras en un mismo día, Crítica anuncia que Forza estaba en la DEA, La Nación dice que se comprobó que era ateo.
¿De qué manera creés que impactó en la opinión pública?
El hecho en sí ya es impactante. Más allá de impactar a la sociedad, impactó a la clase media. Los tres muchachos pertenecían a un estereotipo de esa clase, que está muy difundido. Si vos le decís a cualquier tipo de 32 años, que no puede darse todos los lujos: “escucháme si conseguimos efedrina y…”. ¡Se prenden!
Es significativo que para tener una 4x4 y determinadas facilidades de consumo, este tipo de jóvenes se involucren en una historia que termina con 16 tiros.
Eso es lo que más impactó porque mal que bien no es que le hubiera pasado a cualquiera, como ser atropellado por un auto. Sino que le hubiera podido pasar a cualquiera al emberretinarse con esa ambición.
¿Qué fue lo más ridículo que escuchaste respecto al caso?
Muchas cosas. Todo ese apuro fue bastante gracioso. Por ejemplo, el episodio perpetrado por el comisario “El Patón” Medina, que se metió presumiblemente a allanar un lugar donde habían 700 kilos de cocaína vigilado por la Federal, y que al final consiguió laburo como investigador privado de la mujer de Forza. Lo que no dejó de ser cómico eran las especulaciones que se hacían por televisión sobre la “cartelización” del país. No es tan así, pero todo ese alarmismo fue bastante significativo.
En un momento hasta se habló de la mutilación de una oreja…
En realidad se la comieron los bichitos. Eso forma parte de todas las estupideces que se hablaron. Como cuando realizaron el allanamiento en Maschwitz. Los medios hablaron del cartel de Leona. Los tipos eran de ahí, pero ese cartel no existe. Hay siete carteles y entre ellos no está Leona.
Otro papelón es que los tipos no se avivaron que no los habían matado en el descampado a los empresarios. El jefe de la Bonaerense, quien viene de la policía científica lo había asegurado. El periodismo y su presumido conocimiento dice cosas como que si le sacan una oreja es porque escuchó algo que no debía; y que si aparece con la mano en el bolsillo, quiere decir que se quedó con un vuelto, como si el asesino hubiera sido el mismo Ingmar Bergman.
¿Cuál es el límite?
Está bueno que no haya límites. El único límite es la estupidez. Se habla, por ejemplo, del “Malevo” Ferreira (ex represor que se suicidó de un tiro en la cabeza en medio de una nota con Crónica TV). Yo también lo hubiese filmado, tal vez hubiera hecho preguntas más inteligentes. Pero, cómo no vas a filmar eso. Porqué no. Es un documento.
En un programa de televisión hablaste de “cierta violencia social”. ¿Este tipo de situaciones pueden llegar a alimentarla?
No sé. Debe tener algún tipo de influencia pero yo nunca sé si los medios alimentan la realidad o si es al revés. Si un pibe ve una película de Superman y después se tira por la ventana, creo que no es algo de la película.
Al respecto, hubo un diálogo en un programa de televisión hace un tiempo, en el cual el invitado era un General del Ejército de Estados Unidos, debido a que una unidad militar había invitado a un grupo de chicos de una escuela. La periodista, feminista y políticamente correcta, le preguntó qué cosas les enseñaron a los niños, a lo que el General respondió: “canotaje, esto lo otro, y practicar un poco de tiro”. “¿Cómo tiro? ¿No es peligroso?”, preguntó la mujer. El hombre contestó: “si les enseñan a respetar determinadas normas de seguridad, desde luego que no”. Entonces la conductora enojada arremete: “¡Pero los están equipando para ser asesinos!”. Con lo cual el tipo la mira y le contesta: “y usted está equipada para ser prostituta, pero no lo es, ¿verdad?”.
¿Qué pensás de este crimen?
Para mí es un misterio perpetuo. Un caso que no creo que se resuelva y que tiene algunas particularidades, es por eso que estuvo en las tapas de los diarios durante tantos meses.
Es un hecho inédito que desaparezcan tres personas, al menos en esta época. Cuando esto sucede y días después se encuentran sus cadáveres, significa el final del caso, el final de la historia. Acá, en cambio, la desaparición de esta gente prácticamente no había trascendido hasta horas antes de que aparezcan los cuerpos; y esa aparición, lejos de significar el final de la historia, fue el comienzo de la misma. A resumidas cuentas fue por esa razón que mucho tiempo formó parte de la agenda periodística y se renovaba todo el tiempo con personajes, circunstancias, cosas que parecían espectaculares, un desfile de personajes, etc.
De algún modo, tanto los investigadores como los jueces que intervinieron, los abogados y los periodistas cifran toda la expectativa que explica esta profusión mediática en el esclarecimiento de la causa. Cada vez que se encuentra o se pierde algún testimonio o algún sospechoso, se avanza o se retrocede en un camino hacia la verdad.
Lejos del esclarecimiento, lo que perdura es, en realidad, una historia de la Argentina, más allá de que encuentre, o no, al culpable.
¿Cómo te parece que cubrieron los medios todo el caso?
Como podían y cada uno de acuerdo a sus características. Si agarrás un archivo y leés las primeras notas sobre el tema te vas a encontrar con cada disparate o inexactitud. Fueron escritas sin que al que la escribió se le moviera un músculo del rostro. El negocio de las notas periodísticas tiene dos contextos: por un lado hay determinados temas que un medio descubre e instala en la opinión pública, por ejemplo, las coimas en el senado, una primicia y una investigación de una periodista de TXT. Contrariamente, cuando aparecen tres cadáveres así, cuyo hallazgo se transmite en vivo y en directo, todos los medios comienzan a disputarse primicias sobre un tablero que está socializado.
A partir de eso, cada medio, para diferenciarse del otro, entra en una desaforada y loca carrera para superar al de al lado. Entonces, mientras en un mismo día, Crítica anuncia que Forza estaba en la DEA, La Nación dice que se comprobó que era ateo.
¿De qué manera creés que impactó en la opinión pública?
El hecho en sí ya es impactante. Más allá de impactar a la sociedad, impactó a la clase media. Los tres muchachos pertenecían a un estereotipo de esa clase, que está muy difundido. Si vos le decís a cualquier tipo de 32 años, que no puede darse todos los lujos: “escucháme si conseguimos efedrina y…”. ¡Se prenden!
Es significativo que para tener una 4x4 y determinadas facilidades de consumo, este tipo de jóvenes se involucren en una historia que termina con 16 tiros.
Eso es lo que más impactó porque mal que bien no es que le hubiera pasado a cualquiera, como ser atropellado por un auto. Sino que le hubiera podido pasar a cualquiera al emberretinarse con esa ambición.
¿Qué fue lo más ridículo que escuchaste respecto al caso?
Muchas cosas. Todo ese apuro fue bastante gracioso. Por ejemplo, el episodio perpetrado por el comisario “El Patón” Medina, que se metió presumiblemente a allanar un lugar donde habían 700 kilos de cocaína vigilado por la Federal, y que al final consiguió laburo como investigador privado de la mujer de Forza. Lo que no dejó de ser cómico eran las especulaciones que se hacían por televisión sobre la “cartelización” del país. No es tan así, pero todo ese alarmismo fue bastante significativo.
En un momento hasta se habló de la mutilación de una oreja…
En realidad se la comieron los bichitos. Eso forma parte de todas las estupideces que se hablaron. Como cuando realizaron el allanamiento en Maschwitz. Los medios hablaron del cartel de Leona. Los tipos eran de ahí, pero ese cartel no existe. Hay siete carteles y entre ellos no está Leona.
Otro papelón es que los tipos no se avivaron que no los habían matado en el descampado a los empresarios. El jefe de la Bonaerense, quien viene de la policía científica lo había asegurado. El periodismo y su presumido conocimiento dice cosas como que si le sacan una oreja es porque escuchó algo que no debía; y que si aparece con la mano en el bolsillo, quiere decir que se quedó con un vuelto, como si el asesino hubiera sido el mismo Ingmar Bergman.
¿Cuál es el límite?
Está bueno que no haya límites. El único límite es la estupidez. Se habla, por ejemplo, del “Malevo” Ferreira (ex represor que se suicidó de un tiro en la cabeza en medio de una nota con Crónica TV). Yo también lo hubiese filmado, tal vez hubiera hecho preguntas más inteligentes. Pero, cómo no vas a filmar eso. Porqué no. Es un documento.
En un programa de televisión hablaste de “cierta violencia social”. ¿Este tipo de situaciones pueden llegar a alimentarla?
No sé. Debe tener algún tipo de influencia pero yo nunca sé si los medios alimentan la realidad o si es al revés. Si un pibe ve una película de Superman y después se tira por la ventana, creo que no es algo de la película.
Al respecto, hubo un diálogo en un programa de televisión hace un tiempo, en el cual el invitado era un General del Ejército de Estados Unidos, debido a que una unidad militar había invitado a un grupo de chicos de una escuela. La periodista, feminista y políticamente correcta, le preguntó qué cosas les enseñaron a los niños, a lo que el General respondió: “canotaje, esto lo otro, y practicar un poco de tiro”. “¿Cómo tiro? ¿No es peligroso?”, preguntó la mujer. El hombre contestó: “si les enseñan a respetar determinadas normas de seguridad, desde luego que no”. Entonces la conductora enojada arremete: “¡Pero los están equipando para ser asesinos!”. Con lo cual el tipo la mira y le contesta: “y usted está equipada para ser prostituta, pero no lo es, ¿verdad?”.
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