Escaparse de las callecitas de Buenos Aires, tiene ese no sé qué.
Nunca pensé en alejarme, nunca creí que me animaría. Pero es que estuve mirando la siesta de un pueblo, desde arriba, justo en el momento en que una ballena saltaba a lo lejos. El viento me aplaudía en la cara, entumecía mis orejas, arrullaba a los habitantes, limpiaba mis rulos ¡Podría llegar a casa sin olor a humo en el pelo! Tal vez se me sequen la piel y los labios, no importa, las ideas no, van a reventar.
Ese lugar me inspira. Me arrastra en sus olas, me enamora su fauna, sus olores me inquietan. Carece de grises, juega con mi imaginación, sigue llamándome, incesantemente. Estoy segura que no va a defraudarme, y cuando forme parte suya, se compartirá con los míos, dándome felicidad plena.
Sobre mis patines voy a ver el mismo paisaje todos los días, lo observaré mientras me acompaña. Ya no tendré que mirar fijo el mismo afiche en la pared desde la ventanilla, obligada por esos diez minutos de embotellamiento en la avenida. Ya no quiero. Quiero ser atrevida, arriesgada, diferente. Necesito conocer las profundidades y surgir de ellas.
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